DIARIO DE MELISA: Sexo en el ascensor

enero 19, 2008

Hace días que no deja de llover, algo natural en invierno, pero se hace hasta estresante andar todo el día con el paraguas de un lado a otro y la humedad hace que mi cuerpo se resienta.
Llegué tarde al trabajo, como viene siendo costumbre, con las lluvias la gente usa más los taxis.
Toda la mañana la misma rutina de siempre, archivar documentos, hacer café, llamar a los clientes, poner al día la base de datos, enviar emails… y un sinfín de cosas más.

Se acercaba el medio día y ya todos se iban preparando para ir a comer, pero yo debía entregar una serie de informes al su-director que estaba unas plantas más arriba, no me apetecía usar las escaleras, por lo que opté por ir en el ascensor.

Me dirigí hacia allí y cuando las puertas se abrieron le vi. A mi mente volvieron aquellas sensuales palabras que me dedicó por teléfono, recuerdo sus jadeos al otro lado del hilo telefónico.
Desde aquel día no habíamos vuelto a coincidir por las oficinas.

Entré y el me miró con cara de sorpresa, yo me sonrojé no esperaba encontrármelo tan de repente, las puertas se cerraron.
Me preguntó a que planta me dirigía y pulsó el botón. Cuando el ascensor se puso en marcha, me miró y sonrió.
Yo no sabía que hacer, me puse nerviosa y mis mejillas estaban sonrojadas.

Cuando me decidí a saludarle, el ascensor tembló, las luces comenzaron a parpadear, hasta que se apagaron del todo.
El ascensor se detuvo en seco. Estaba muy asustada, no sabia que estaba pasando y el al notar mi nerviosismo, me abrazo fuertemente. Me sentí bastante aliviada, me sentía protegida entre sus brazos.

Por suerte el llevaba el móvil encima y llamamos a las oficinas, se había ido la luz en toda la calle.
Nos dijeron que llamarían a los bomberos y que no tardarían mucho.
Viendo que estábamos entre dos pisos y que no volvía la luz, supimos que esto llevaría su tiempo.

Me invitó a sentarme a su lado en el suelo, mientras esperábamos a que nos saquen de allí.
Se quitó la chaqueta y la puso sobre mis hombros, nos acurrucamos el uno con el otro, hacía frío y comenzamos a conversar.

No se como pero en medio de la conversación me recordó aquella llamada telefónica, yo no levantaba la vista del suelo.
Rememoró cada detalle de aquel día y yo no salía de mi asombro, el recordaba cada momento, cada instante de aquella noche mágica.

Entonces sin venir a cuento, se quedó en silencio, levante la vista preguntándome por que se había detenido y me encontré con sus ojos mirándome fijamente.
Me quedé inmóvil ni siquiera me moví cuando el comenzó a acercar sus labios a los míos, hasta besarme dulcemente.

Hacia mucho que deseaba que llegara ese momento, me recostó en el suelo y se inclinó sobre mí con cuidado.
Besó mi cuello y mis pechos con suma dulzura mientras sus manos subían por mis muslos levantando mi falda a su paso.

Yo le desabrochaba el pantalón despacio, le deseaba allí y en ese momento, no podíamos perder tiempo ya que pronto nos sacarían de allí.
Me desnudó despacio y con suavidad, mientras yo hacia lo mismo con el, entre besos y caricias fuimos acomodando nuestros cuerpos.

Le pedí que me penetrará despacio, y así lo hizo, sentirle dentro de mí es lo que había estado esperando desde aquel día en el que decidí llamarle.
Sentir su miembro fuerte y vigoroso deslizarse con dulzura me hizo estremecer de placer.

Callaba mis gemidos besando y mordiendo sus hombros al tiempo que el callaba los suyos lamiendo mis pechos.
A pesar del frío, mi cuerpo sudaba como si estuviera en una sauna, su perfume inundaba todo el ascensor.

Aunque estábamos encerrados, la oscuridad que nos rodeaba lo hacia todo más intimo y sensual.
Mis sentidos estaban más sensibles y podía notar como su cuerpo temblaba de placer, cada vez que entraba y salía de mi cuerpo.

Yo no pude resistir más y dejé escapar un fuerte gemido de mis labios cuando el orgasmo se apoderó de mí.
Mi cuerpo sudoroso y tembloroso se rendía ante su presencia y me fundí en sus labios jugando con su lengua.
Permanecimos unos minutos inmóviles abrazados, mientras recurábamos fuerzas.

Poco a poco nos levantamos, y nos vestimos el uno al otro con cariño entre besos y miradas cómplices.
Mientras nos abrazábamos volvió la luz y el ascensor se puso en marcha.
Fue una experiencia corta pero intensa, jamás pensé en que volvería a coincidir con el tras aquella vez en la que dimos rienda suelta a nuestra pasión por el teléfono.

Pero la suerte y el destino quisieron sonreírme ese día y dejarnos encerrados en aquel ascensor.
Cuando conseguimos salir me sorprendió que no tratara de disimular y delante de todos, me volvió a abrazar con dulzura.

Todo el mundo volvió a sus quehaceres y yo pasé la tarde pensando en el, no podía olvidar lo que había sucedido en el ascensor.
Cuando ya íbamos a cerrar, apareció y se acercó a mí, dejó una nota en mi mesa, sonrió y se marchó.
Estoy deseando llegar a casa para leerla…


DIARIO DE MELISSA:Me excita la mujer de mi jefe

enero 14, 2008

Llovía a cantaros, y como suele ser normal en Madrid, es difícil encontrar un taxi. Rezaba por que a la hora de salir la lluvia hubiera cesado o me esperaba un resfriado seguro, ni siquiera había traído paraguas y mis compañeros ya habían salido.
Yo me quedé a hacer horas extras, mi jefe estaba de viaje de negocios y yo tenía trabajo atrasado. Daba un poco de miedo, estaba sola en las oficinas, bueno también estaba Mikel el de seguridad, pero andaría haciendo su ronda como de costumbre.
Estaba agotada y aún quedaba mucho por hacer, me iban a dar las tantas.

Mientras archivaba unos documentos, escuche el ruido del ascensor, alguien subía. Me asomé tímidamente por el pasillo y pude ver como la puerta del ascensor se abría, era la mujer de mi jefe.
Bajita, de unos 42 años creo recordar, siempre me había gustado el color de su pelo, era pelirroja, un color anaranjado brillante y sedoso.
Se conservaba de maravilla, para su edad, sus pechos desafiaban la ley de la gravedad, eran generosos y sus curvas daban ganas de deslizarse por ellas a toda velocidad.

Se acercó a mí y me saludó con una preciosa sonrisa. Me explicó que su marido la había llamado para recoger unos informes que necesitaba que se le envíen por fax. Me presté a ayudarla.
Mientras yo rebuscaba en el montón de papeles que tenía en mis cajones, Diana no dejaba de mirarme.

Comenzó a hablarme de lo aburrida y sola que estaba cada vez que su marido salía de viaje, y lo estiradas que eran sus amigas, hacia mucho que no se divertía de verdad, que no salía de copas, ni se iba al campo o disfrutaba de una buena compañía.
Ambas reímos cuando comentó que ser la mujer de un hombre de negocios es realmente sufrido.

Me encantaba su forma de ser, normalmente las esposas de los grandes empresarios no pierden el tiempo con los empleados de sus maridos, pero Diana no era así, nos conocíamos desde que empecé a trabajar aquí hace ya unos 3 años, y siempre me había tratado con respeto y cariño.
Es una mujer alegre y divertida, extrovertida y amable, algo que la hacia sobresalir y llamaba mucho la atención.

Por fin encontré los archivos, pero Diana me convenció para que tomáramos un café y charláramos un poco. Usamos una pequeña cafetera eléctrica que su marido tiene en el despacho y allí mismo nos sentamos y comenzamos a charlar.
Mientras ella me preguntaba por mi vida en general, yo no podía desviar la vista de sus labios, eran finos y algo carnosos, siempre usaba brillo de labios, no le gustaba manchar su piel con maquillaje y la verdad tampoco le hacia falta.

Me sorprendió como cambió el tema de la conversación cuando Diana me dijo que yo siempre había sido alguien especial para ella, no sabía que me estaba queriendo decir hasta que me crucé con su mirada, tenia algo especial, algo que ya había visto antes, sus ojos estaban cargados de deseo.

Mientras me fundía en su mirada ella acarició mi mano con suavidad, es cierto que Diana me atraía, pero hacía unos días había tenido un encuentro íntimo con su marido, sentía que la estaba engañando… Algo debió ver en mi rostro, me dijo que no me preocupara, sabía todo lo que su marido hacía ya que se lo confesaban todo.
Yo no salía de mi asombro.

Se levanto de la silla y mientras se acercaba a mi, fue desabrochando su blusa, sus pechos eran preciosos, redondos, suaves, me apetecía lamerlos y ella me los ofreció sin pensarlo.
Los acaricié con mi lengua y con mis manos le quité la falda, llevaba un pequeño tanga que dejaba poco a la imaginación, besé su estomago y bajé hasta su pubis sin quitarle la ropa interior.

Pasé mis dedos con delicadeza por encima de su diminuto tanga y con los dientes conseguí bajárselo hasta las rodillas, con la yema de mis dedos separe sus rosados labios y lamí su clítoris, ella dejo escapar un delicioso gemido.
La tumbé sobre el escritorio del despacho, es algo que siempre había querido hacer, y le quite el tanga que aún permanecía en sus rodillas.

Me incliné sobre ella y besando sus senos me deshice de su sostén dejándolos libres, eran extremadamente suaves, me volvió loca su tacto.
Una de mis manos volvió hasta su pubis para acariciarlo e introducir uno de mis dedos con cuidado, mientras seguía lamiéndole el pecho y el cuello, ella echó la cabeza hacia atrás, estaba muy excitada y yo disfrutaba viéndola así.

Bajé de nuevo con mi lengua hasta su entrepierna, disfruté lamiendo sus labios y su clítoris, al tiempo que mis dedos jugaban en su interior, me encantaba la humedad que desprendía su vagina.
Ella comenzó a temblar en medio de un sinfín de jadeos entrecortados, me incliné sobre ella, y la besé en la boca, ella mordió mis labios intento disimular su orgasmo, pero con mis dedos aún dentro no lo pudo evitar.

Saque con cuidado mis dedos y me senté a observarla como se vestía mientras yo me los lamía.
Diana terminó y cogió su bolso, me miró con cara de niña picara y metió su número de teléfono en mi bolsillo.
Salió por la puerta y se marchó.

Me quedé sentada en la silla, aun relamiendo mis dedos, miré por la ventana…
Definitivamente el día acabó genial, disfruté de Diana y había dejado de llover.


DIARIO DE MELISSA: Imitando a Mónica Lewinsky

enero 12, 2008

No soy asidua de leer lo que yo catalogo como prensa rosa, pero una compañera me prestó hace tiempo el libro de la tan conocida Mónica Lewinsky.
En el cuál relata, el escándalo que produjeron hace años, sus encuentros sexuales con el ex presidente Bill Clinton.
Inmersa en la lectura, tengo que decir que lo único que me atrajo fue el morbo que desprenden sus líneas, me pregunté como se debió sentir al ser consciente de que el hombre con el que compartía la cama, era el presidente de un enorme país.

Me imaginé en su lugar, en cada uno de sus encuentros íntimos con Clinton, disfrutando de una relación sumamente secreta, cuidando cada detalle, para no ser descubiertos.
Pensé en como debió ser la tan famosa felación en el despacho oval, como llegaron a esa situación, y el enorme deseo que sentían mutuamente, para no importarles la posibilidad de ser descubiertos en una posición tan incomoda.

En como ella le protegió ante los medios y el país, y con que cariño hablaba de el en las grabaciones que le hizo su compañera del pentágono a escondidas.
Debió ser excitante, parece que valió la pena arriesgarse.

Me sobresalté cuando escuché a mi jefe llamarme a la oficina, me levanté, arregle mi blusa, emparejé mi pelo y me dirigí hacia su despacho.
Me senté en una silla y esperé instrucciones. me pidió que redactara una circular.
Mientras tomaba apuntes me di cuenta que la pequeña papelera que había a un lado de su escritorio, se había tumbado y los papeles se esparcían por el suelo.

Sin pensarlo mucho, me arrodille y me puse a recogerlos, no me di cuenta de que mi blusa era demasiado holgada, hasta que levante la vista y vi a mi jefe mirándome los pechos, desde su posición, tenía una amplia vista de todo mi pecho.
Me ruboricé al instante y más cuando el no dejó de mirarme.

Desde mi posición pude observar como de su pantalón sobresalía un sugerente bulto, y comprendí que se había excitado mucho sólo con verme el escote.
En ese momento recordé el libro que había estado leyendo sobre el caso Lewinsky y me hizo gracia pensar en la similitud de ambas situaciones.
Pero lo que me sorprendió de mi misma es que yo también me estaba excitando.

Mi jefe era un hombre bien parecido, de mediana edad, rondaba los 40, pelo algo canoso que le daba un aspecto más atractivo, alto, constitución media y cara de buena persona.
Era un hombre que aún podía despertar el deseo en las mujeres y en mi lo estaba haciendo.

Nunca antes me había planteado ni por asomo, tener una aventura con mi jefe, no por que este no me atrajera, si no por que en ningún momento pensé que yo le podría gustar.
Pero viendo su reacción instintiva, me equivocaba. Y eso me atrajo más a el.

Me acerqué gateando y sin dejar de mirarle hasta su silla, y me arrodillé ante el. Se inclinó hacia mí y olió mi cabello, profundamente.
Un escalofrío delicioso recorrió mi espalda, apartó el pelo que cubría mi cuello, y me besó, muy lentamente.
Me desabroché un par de botones más de mi blusa, y el introdujo su mano, acariciando mis pechos, con firmeza.

Besé su mano, me mostré totalmente sumisa ante sus caricias. Mientras seguía acariciándome y besándome el cuello, con la otra mano, desabrocho su pantalón.
Me miró y no necesitó mediar palabra. Terminé de bajar la cremallera y con cuidado saque su pene a través de la abertura.
Para ser un hombre de mediana edad, esa parte de su cuerpo se conservaba bastante bien.

Comencé a besarlo, despacio, con deseo y con la punta de mi lengua, recorrí su tronco hasta la punta, donde me lo introduje en la boca y apreté mis labios con suavidad.
El dejó escapar un tímido gemido, que hizo crecer más mi deseo.

Jugué con mi lengua, aún con su pene dentro de mi boca, cosa que le gustaba pues sus gemidos dejaron de ser tan tímidos, y con la mano me acariciaba el pelo.
Continué lamiéndolo con cuidado pero sin pausa, a la vez que lo estimulaba acariciándolo con las manos.

La dureza de su miembro viril, creaba en mí el deseo de sentirlo en mi interior, notar como me penetra, y escucharlo jadear de placer.
Pero era demasiado arriesgado, incluso en la situación que estábamos cualquiera podía descubrirnos.
Me sentía como la autentica Mónica Lewinsky y muy lejos de avergonzarme de mi misma, quería más.

Me instó a mirarle y me besó en los labios, su lengua se entrelazó con la mía, bajó hasta mi cuello lamiéndome, el calor que desprendía, erizaba mi pelo de placer.
Pero yo quería seguir lamiendo su pene, y volví a meterlo en mi boca, para mi era como una piruleta, la cual devorar con ansia, como cuando era pequeña.

Entonces noté los espasmos de su pene, propios de un inminente orgasmo y eyaculación. Me apartó con delicadeza, para evitar mancharme.
Cuando terminó me hizo levantarme y acercarme a el, desabrochó mi blusa por completo y dejando al aire mis pezones erectos, los besó y lamió. Yo quería seguir, pero era la hora de salir y tuvimos que dejarlo.

Recompuse mi ropa y recogí todos los papeles del suelo. No me arrepentía de lo que había echo, ambos lo deseamos y ninguno se sintió obligado.
Supuse que es lo mismo que sintió Mónica en cada uno de sus encuentros con Clinton.
Nos despedimos y antes de irme me dijo que había sido alucinante, salí de su despacho con una amplia sonrisa de complicidad.


DIARIO DE MELISA: Un masaje excitante

enero 11, 2008

Siempre me gustó jugar al tenis, por eso aquel día llamé a Toni, y dos amigos suyos para irnos a jugar a su casa de campo.
Toni era un buen amigo de la infancia, había cambiado mucho con el paso de los años, pasó de ser un chico delgado y de pelo desaliñado, a un atractivo hombre de negocios, de fuerte complexión, y profunda voz.
Sus dos amigos eran conocidos míos, alguna vez habíamos salido de copas todos juntos, había buen ambiente entre nosotros.
Una vez en su casa cogimos las raquetas, y nos dirigimos a la pista para jugar un partido de dobles parejas.
El juego comenzó siendo muy reñido, pero a medida que avanzaba, Toni y yo cogíamos ventaja.

Estaba tan concentrada en mi juego, que apenas me dí cuenta de que Toni, me miraba de forma diferente a como lo había estado haciendo tiempo atrás.
Me observaba ya no como una amiga amiga de la infancia si no como a una mujer, me sentía muy halagada por tales insinuaciones, pero decidí centrarme en el juego, y desechar cualquier idea absurda que pasará por mi mente.

Pero mi imaginación nunca pide permiso para volar, me desconcentré y tropecé, como regalo me magulle el brazo y mi hombro me dolía horrores, así que tuvimos que dejar el juego, Toni insistía en que fuéramos al médico, pero a mi me gusta hacerme la fuerte y le dije que no, pero una ducha me sentaría de maravilla.

No dudo en ofrecerme su cuarto de baño y unas toallas limpias, Mientras los chicos recogían el equipo yo me dispuse a darme un baño.
La habitación era enorme, tenía un hidro masaje que me traía dulces recuerdos, y pensé que me relajaría bastante y me vendría bien para mi hombro lastimado.

Mientras la bañera se llenaba, comencé a desnudarme dejando mi ropa bien doblada sobre un precioso sifonier de madera, cuando me di la vuelta para coger algunas sales de baño del armario, me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta y me pareció ver que alguien se movía tras ella.

Reconocí al instante el color verde de los ojos de Toni a través de la pequeña rendija de la puerta, un impulso me hizo abrirla de par en par, empujarle dentro y cerrarla tras de si.
Toni me miraba atónito, recorriendo mi cuerpo desnudo, me acerqué a sus labios y los besé, con una seguridad que jamás había sentido.

Lo dejé allí, inmóvil y mientras me observaba me metí en la bañera, me puse cómoda, y acaricie mis piernas con suavidad extendiendo por ellas el gel, produciendo una leve espuma sobre mi piel.
El seguía allí mirándome fijamente, pero en su entrepierna se podía ver como su deseo crecía poco a poco.

Me divertía la situación, por una vez yo había tomado el mando de los acontecimientos, y eso me gustaba.
Acaricié mis pechos, que asomaban tímidos por encima del agua burbujeante del hidro masaje, clavando mi mirada en el, el cual no se movía ni un centímetro.

Acaso me tenía miedo? o le había impactado demasiado? el caso es que yo estaba disfrutando mucho, mientras me acariciaba a mi misma, despacio y mirándole a los ojos de vez en cuando, invitándolo a tocarme.
Por fin se decidió y con paso vacilante, se arrodilló ante la bañera. Se quitó la camiseta e introdujo una mano en el agua.

Cerré los ojos y pude sentir como sus indecisos dedos se introducían dentro de mí, con un cuidado extremo y excitante.
Sus labios recorrieron mi cuello y mis senos, el agua caliente volvió mi piel aún más sensible e incrementó esa sensación de placer.
Un ruido nos sacó de aquel ensueño, eran los amigo de Toni, se estaba haciendo tarde.

Molesta por aquella interrupción me levante y terminé de ducharme, mientras el aún se recomponía. Me vestí y salimos.
Nos despedimos con un abrazo, y le prometí que algún día continuaríamos por donde lo habíamos dejado.
De camino a casa, el hombro comenzó a molestarme demasiado, no me lo pensé mucho y esa misma tarde pedí cita al masajista.
Al menos calmaría el dolor, y con suerte la excitación acumulada de la jornada.

Tenía hora con Sandra mi masajista de siempre, pero esa tarde estaba enferma, y me asignaron a un chico nuevo, imaginé que así era, pues nunca antes le había visto.
Tenía una cara peculiar, sus rasgos eran muy definidos, labios carnosos, ojos grandes y color miel, pelo rubio ceniza, alto, bastante musculoso, parecía el típico chico de gimnasio.
Su voz era penetrante y reconfortante.

Se llamaba Daniel, me tumbé en la mesa camilla con la toalla tapando mi cuerpo, y me sumergí en lo acontecido esa mañana, pretendía rememorar aquel encuentro con Toni en su casa y continuar en mi mente.
Pero no pude, cuando Daniel puso sus manos sobre mí, mi piel se erizó, y ya no pude pensar en Toni.
Mi interés se centró en sus manos, con una habilidad innata recorría mi espalda, relajando cada músculo y a la vez despertando en mi un deseo incontenible.

Que me estaba pasando? quería besarle y hacerle amor allí mismo, nunca antes me había sentido así, por que me excitaba tanto su tacto?
Apenas podía contenerme, y no era muy ortodoxo insinuarme a mi masajista en pleno masaje.
El problema llegó cuando me pidió que me diera la vuelta. Clavé mi mirada en su cuerpo, mordí mis labios casi sin darme cuenta, imaginándome recorriendo su pecho con mi lengua.

El comenzó con mi cuello, apretando sus dedos con firmeza, podía oler su suave perfume, y eso me volvía loca. La sesión se estaba convirtiendo en una tortura para mí.
No pude más, me quité la toalla dejando mi cuerpo desnudo a la vista, Daniel debió captar la idea a la primera, pues no vaciló ni un momento a la hora de bajar sus manos por mi cuello hasta mis senos.

Comenzó a besarlos y a morderlos con fuerza, me hacia daño, pero con tanta excitación incluso me pareció placentero.
No podía esperar, quería sentirle dentro de mi, se inclinó y me besó, jugó con mi lengua, mientras sus manos me acariciaban con ansía.
Desnude su torso, lo besé y lo lamí, disfrutando cada centímetro que mi lengua recorría.

Podía sentir su pene erecto clavándose sobre mi pubis, deseoso por conquistarlo.
Se despojó de sus pantalones y su ropa interior, dejando al aire su sexo, y con mucha delicadeza, me penetró, lentamente, mientras sus manos me cogían con firmeza por la cintura.

Es lo que había estado deseando, sentirle dentro de mi, rodeé su cintura con mis piernas, mientras el, se deslizaba con un ritmo constante de fuera hacia dentro y de dentro hacia fuera.
Mis piernas temblaban de placer y yo gemía en su oído, mientras besaba sus hombros y me contenía por no llegar al orgasmo en ese mismo momento.

Agarró con fuerza mis muslos y comenzó a penetrarme con fuerza, en cada impulso yo gemía más y más, el placer que me producía era increíble, nunca antes había sentido algo igual, no pude más y llegué al orgasmo, pero mientras mi cuerpo temblaba debido a este, el seguía impulsándose dentro de mi, y pocos segundos después, cuando el también obtuvo el suyo, una sensación intensa, me recorrió la espalda, comencé a gemir de nuevo, estaba teniendo un segundo orgasmo.

Daniel se recostó sobre mi exhausto, y mis piernas se desplomaron sobre la mesa camilla, no tenía fuerzas, había sido algo inexplicable, nunca antes había tenido dos orgasmos seguidos, y mi cuerpo estaba agotado.
Ambos nos incorporamos, y nos vestimos, recogí y mis cosas y antes de marcharme Daniel me dio su teléfono, me dijo que una experiencia así, valía la pena repetirla.

Yo me fui sin quitar la mirada de aquel número, será conveniente llamarlo alguna vez?
Tiré el papel en la primera papelera que vi y con una sonrisa en mi rostro pensé: Experiencias así no merecen estropearse con una segunda vez, tienen más valor si las conservas intactas en tu memoria.


DIARIO DE MELISSA: En el cine…

enero 9, 2008

Aquella tarde aburrida y sin saber que hacer, mientras miraba el periódico, en la sección de cine de verano hacían una proyección de la película de Julio Medem, Lucía y el Sexo.
Había visto esa película como tres veces, pero me gustaba y como no tenía nada mejor que hacer y al ser sesión de verano los precios eran más bajos, no tenía nada que perder.
Una vez allí, compré palomitas y un refresco y me dispuse a pasar la tarde viendo la película.
En la sala sólo habíamos unas 15 personas, me senté en las últimas filas, así nadie podría molestarme.
Se apagaron las luces y comenzó la proyección.
Se estaba bien, no hacía calor y las butacas siempre me han parecido cómodas. La sala estaba en silencio y yo me sumergí en la película, me la sabía casi de memoria, pero aún así seguía gustándome.

Cuando llevábamos unos 20 minutos, se abrieron las puertas tras de mi, y un chico joven, alto y bien parecido, apareció.
Observó la sala buscando un sitio donde sentarse, hasta que detuvo su mirada en mí, con paso firme y sin dejar de mirarme, se acercó y se sentó a mi lado.

En un principio me sentí algo molesta, tenía toda la sala para el sólo y tubo que sentarse a mi lado.
Pero bueno pensé que daba igual, había ido a disfrutar de la película y es lo que pensaba hacer.
Todo transcurría normal, lo que mas me gusta de Lucía y el Sexo es como enfocan las relaciones sexuales que Lucía mantiene sin ningún pudor, y con todo el realismo posible.

Me entró sed y cuando baje la vista para coger mi refresco que había dejado en el suelo cerca de mis pies, me fijé en algo que me llamó mucho la atención.
El desconocido que estaba a mi lado, debía sentir una gran presión en su pantalón ya que su miembro estaba totalmente erecto.
Avergonzada y con miedo a que pudiera darse cuenta de que le estaba mirando, recogí el refresco rápidamente.

Entendía que una película de estas características podía excitar a cualquiera, pero lo que me sorprendía es que el hecho de que ese desconocido estaba así, me excitaba a mí.
No podía apartar la vista de su entrepierna y mi imaginación volaba, ruborizándome al imaginar como sería tener sexo en un cine.
Entonces el sin más me pregunto; te gusta?

Yo respondí que si, que siempre me habían gustado las películas de Julio Medem. El sonrió y dijo: Ya sabes a que me refiero.
Me quede inmóvil, se había dado cuenta de que hacía rato que le observaba, no supe que responder, solo mi vergüenza aumentaba por segundos.
No sabía si hacer como si nada, o levantarme y marcharme.
En ese momento el cogió mi mano y la puso sobre el pantalón. Pude notar su tamaño a la perfección, y eso hizo crecer mi excitación.

Le miré con deseo y el captó mis intenciones a la perfección. Deslizó su mano por mis piernas suavemente, mientras yo le miraba todavía con cara de estupefacción.
Se inclino ligeramente sobre mí y comenzó a besar mi cuello, sus labios eran cálidos, y un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Con timidez desabroche su camisa para poder acariciar su pecho, el dirigió sus besos hacia mis senos, despojándome con cuidado de mi camiseta y dejándolos al aire.

Acerco su mano a ellos combinando sus cálidos besos con suaves caricias.
Me sentía extraña a pesar de que la situación era muy placentera y decidí seguir adelante. Apartó sus manos por un momento para desabrochar su pantalón y dejar al aire su miembro erecto, invitándome a tocarle. Con una sonrisa picára alargué mi mano y le dediqué unas sensuales caricias, que el agradeció jadeando con cuidado en mi oído.

El hecho de que pudiéramos ser descubiertos incrementaba mi deseo por el y el placer que me producía su tacto. Mientras yo acariciaba su pene el subió su mano hasta tocar mis braguitas y deslizo un par de dedos por debajo de ellas frotando con suavidad mi clítoris. Cuando sintió la humedad en la punta de ellos decidió introducirlos lentamente dentro de mi.

No podía gemir a pesar de que mi boca lo deseaba, pues a pesar de que no había mucha gente en la sala, podrían oírme.
Mordí mis labios, mientras el seguía introduciendo sus dedos dentro de mi, deslizándolos de fuera hacia dentro.
Mi cadera se movía al compás de su mano, y mi mano aún en su pene, seguía acariciándolo con dulzura, proporcionándole una agradable sensación, ya que le era difícil disimular sus gemidos.

No aguanté mucho más y mientras el se dedicaba a lamer uno de mis pezones, yo llegué al orgasmo en silencio, mi cuerpo temblaba y pude sentir sobre mi mano, el calor de su semen, el también había llegado.
Ambos exhaustos por mantener nuestros jadeos en silencio, nos miramos y nos besamos dulcemente.
Nos acomodamos en las butacas y continuamos viendo la película, apoyados el uno en el otro.

Cuando esta terminó, y se encendieron las luces, nos miramos con complicidad, conscientes de todo lo que había ocurrido momentos antes.
Nos levantamos y con un cariñoso abrazo nos despedimos.
Quizás no le vuelva a ver, tal vez no coincidamos más, pero desde ese día, vuelvo con frecuencia a aquella sala de cine, con la esperanza de volverle a ver, y repetir aquella experiencia tan excitante, con aquel desconocido.